La restauración de los sepulcros del presbiterio de la iglesia de San Esteban de Cuéllar por la Fundación del Patrimonio Histórico, ...

Isabel de Zuazo, una mujer de su tiempo.



La restauración de los sepulcros del presbiterio de la iglesia de San Esteban de Cuéllar por la Fundación del Patrimonio Histórico, deparó un hallazgo de extraordinario interés: un conjunto de bulas impresas de finales del siglo XV y primer tercio del siglo XVI, entre 1484 y 1535, que se conservaban en la sepultura de Isabel de Zuazo, esposa de Martín López de Córdoba y señora de Cuéllar.

La solicitud de indulgencia por Isabel de Zuazo no fue coyuntural, sino dilatada en el tiempo, porque tomó estas bulas durante más de cincuenta años, desde la primera que adquirió en 1484, con el Papa Sixto IV, hasta la última, ya en el pontificado de Pablo III, en 1535. En total, se han recuperado, estudiado y restaurado 47 bulas y 16 fragmentos, aunque hay algún fragmento más, en proceso de identificación. 12 de estos documentos son anteriores al 1 de enero de 1501, y por tanto se consideran incunables. 12 se imprimieron entre esa fecha y el 31 de diciembre de 1520, lo que los encuadra dentro de la categoría de post-incunables. Los restantes están datados entre esta fecha última y 1535, si bien alguno podría ser posterior. Dos de ellos, los más antiguos, están impresos en pergamino, de manera que están mejor conservados, y el resto en papel, un material más frágil.

El carácter excepcional del descubrimiento, durante la intervención de la Fundación del Patrimonio, radica en el escaso número de ejemplares de este tipo de trabajos de imprenta que se conserva. La colección de bulas de Isabel de Zuazo es un tesoro para el estudio de los primeros momentos de la imprenta en Castilla y en España, y para el mejor conocimiento de la producción incunable, de la que se conservan pocos testimonios. Este conjunto de documentos tiene un valor extraordinario para enriquecer las aportaciones anteriores sobre el tema.



Isabel de Zuazo, una mujer de su tiempo.

"No es necesario adentrarse en investigaciones de calado que permitan relacionar a Isabel de Zuazo con algún estado, grado o alguna condición, dignidad o preeminencia, según expresión utilizada en el tiempo que le tocó vivir, para poder concluir que era una mujer de su tiempo. Es suficiente para poder hacerlo el hecho admirable del hallazgo de los documentos en su sepulcro, no por el hecho en sí del descubrimiento, sino sobre todo por el tipo de documentos descubiertos: las bulas de indulgencia.

Una mujer de su tiempo es expresión que nos sirve para afirmar que Isabel de Zuazo estaba preocupada del mismo modo y manera que muchos de los hombres y mujeres de los siglos XV y XVI en los que vivió, por asegurarse la salvación, por evitar la condenación eterna. Y había muchas maneras de esquivarla y de ello informan bien las fundaciones, entre otros, de aniversarios y misas que tan pormenorizadamente se detallan en los testamentos. Y lo mismo que aquéllos, las simples oraciones de los vivos y, claro está, las más complicadas indulgencias, otro remedio para la salvación y un testimonio de las relaciones entre vivos y muertos que se rastrea ya en las Confesiones de San Agustín, en las que se expresa la creencia en la eficacia de la oración para acortar el tiempo de estancia en el purgatorio.

En aquellas sociedades se vivía, en expresión de Teófanes Egido, para morir. La vida no era sino un camino para la muerte, que siempre ha estado, está y estará al final de la vida, pero que no siempre ha tenido igual protagonismo. En el mundo bajo medieval y alto moderno en que vivió Isabel de Zuazo, la muerte se había hecho fuerte ante la fragilidad de una vida que pendía en cada circunstancia, cada día, de un delgado hilo. De ahí la necesidad de la gracia de las oraciones, de las misas o de las indulgencias que acortaran el tiempo, la estancia en el purgatorio, un lugar a medio camino entre el cielo y la tierra en el que las almas se purifican; lugar ideado para purgar las penas. Las penas siempre han sido penas, pero cuando se puede se busca su perdón. En el caso del purgatorio, el perdón suponía, en los años de Isabel de Zuazo, acortar el tiempo de estancia en él para acceder cuanto antes a la eterna Jerusalén. Y eso fue así en el mundo medieval sobre todo desde que se recuperó la idea del purgatorio en el siglo XII.

Y en ello estaban las indulgencias, en disminuir, en empequeñecer ante Dios las penas temporales, de purgatorio, impuestas por los pecados cometidos y perdonados pero que requerían aún esa última purificación. En ocasiones, y en función del número de indulgencias ganadas, la pena del purgatorio podía incluso quedarse en nada.

Isabel de Zuazo se muestra así preocupada por la salvación, por alcanzar cuanto antes el paraíso celestial, para lo que no dudó en atesorar indulgencias que hicieran más pequeño el castigo por los pecados cometidos, si es que el tesoro no fue suficiente para evitar la condena.

Pero Isabel de Zuazo, tomadora de las bulas de indulgencia que se llevó a la tumba, hubo de pagar por los perdones. Y por ellas pagó a quienes podían aliviar sus penas, y lo mismo que ella hizo su esposo. El perdón se ganaba, pero se pagaba. Las indulgencias que ganó Isabel de Zuazo para obtener un beneficio espiritual fueron una fuente de ingresos no solo para el papado, sino también para reyes, órdenes religiosas, obispos y cofradías que "explotaron la concesión de indulgencias extraordinarias para afrontar necesidades de erarios siempre escasos, para la construcción de obras públicas (y) para la habilitación de centros asistenciales de caridad. Isabel de Zuazo buscó el alivio de las indulgencias, y pagó por ellas, en una sociedad sacralizada en la que se vivían como realidades encontradas la colecta del perdón que buscaban quienes ganaban (pagándolas) las indulgencias y los beneficios monetarios que proporcionaban tales indulgencias a quienes las otorgaban.

Isabel de Zuazo vivió en una villa castellana, Cuéllar, que en el siglo XVI integraba en el cabildo de los clérigos a los curas de un nutrido número de parroquias: San Esteban, San Sebastián, San Salvador, Santa Marina, San Bartolomé, San Pedro, San Martín, Santiago, San Miguel, Santa María de la Cuesta, San Andrés, San Gil y Santo Tomé, cabildo que a lo largo de la centuria anterior y hasta 1473, de acuerdo con los testimonios diplomáticos conservados en el archivo parroquial, recibió un número destacado de donaciones procedentes de la fundación de aniversarios. A partir del año citado y hasta 1492 no tenemos constancia documental de nuevas fundaciones, lo que viene a adelantar y a ratificar la afirmación de Balbino Velasco Bayón de que es muy posible que en el siglo XVI disminuyeran las donaciones piadosas, aunque, claro esta, no desaparecieron. Prueba de ello es el establecimiento que la propia Isabel de Zuazo y su marido, Martín López de Córdoba Hinestrosa, hicieron en la iglesia de San Esteban de dos aniversarios; o las fundaciones del convento de La Trinidad, el de Santa Isabel o el de la Concepción, que se sumaron a los ya existentes de Santa Clara, San Francisco y La Armedilla; y a las dos fundaciones que hiciera en Cuéllar el arcediano Gómez González: el Hospital de la Magdalena y el Estudio de Gramática. La primera de ellas, el 23 de julio de 1424, para sustentación de los pobres vergonzantes. La fundación la hace el arcediano en remisión de sus pecados y "de los defuntos por quien yo so obligado, especialmente de mis padre e madre e otros parientes míos, que yazen especialmente sepultados en las iglesias perrochiales de señor Sanct Esteuan e de Santo Thomé e de otras iglesias de la la dicha villa de Cuéllar".

Esa tarea benéfica y asistencial iniciada en Cuéllar por el arcediano Gómez González en el siglo XV, tuvo su continuación en la centuria siguiente con las fundaciones del hospital de San Lázaro, el hospitalicio de San Francisco o las obras pías que instituyeron Catalina Vela, mujer de Rodrigo de Entrambasaguas, Leonor de la Cueva, Pedro Gil Sanz y Antonio Sanz y Diego Sanz. Obras hechas "en remisión de los pecados", los propios y los de los seres queridos.

Isabel de Zuazo encontró para alcanzar el perdón de los pecados y lograr la salvación, algo tan cordial, familiar y al alcance de la mano, en palabras de Egido López, como las indulgencias."

El anterior texto así como el material gráfico utilizado en este post o entrada del blog, ha sido extraido de la publicación de la Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y León, Cuadernos de Restauración 10: "La Iglesia de San Esteban de Cuéllar, Segovia".

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